Paulina Machuca es profesora-investigadora de El Colegio de Michoacán. Ha publicado diversos libros y artículos sobre los intercambios culturales entre México y Filipinas. En 2019 obtuvo el premio Francisco Javier Clavijero del INAH por su libro El vino de cocos en la Nueva España. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 2.
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¿Qué fechas pueden ser consideradas como representativas del proceso de conformación nacional en México?
.En primer lugar, celebro que 2021 sea el año de una profunda reflexión sobre la construcción de la nación mexicana. Sin embargo, no estoy de acuerdo con el uso político de la historia que se pretende hacer en algunas de las fechas conmemorativas: 1321 no es un año que se sustente históricamente como la fundación de Tenochtitlán, sino 1325. Referentes académicos y especialistas en la materia, como Eduardo Matos Moctezuma, han insistido en que 1321 se colocó intencionalmente en el escenario de las conmemoraciones para empatarlo con las otras fechas, sin existir evidencias de por medio.
Por otro lado, la narrativa que acompaña la conmemoración de 1521, como los “500 años de resistencia indígena”, no alcanza a explicar todo el complejo proceso de mestizaje que se produjo durante 300 años, y que dio lugar a la nación mestiza que somos hoy en día los mexicanos. En todo caso, la resistencia indígena frente a las inequidades que se fraguaron desde hace 500 años es una realidad que debemos reconocer, y cuyo proceso continúa hasta nuestros días; desafortunadamente, no es un acontecimiento propio del periodo colonial, sino que se ha perpetuado a lo largo de cinco siglos. Es una gran deuda en la historia de México, ayer y hoy.
¿Qué opina de la selección de fechas propuestas por el gobierno para conmemorar el bicentenario de la Independencia?
Considero también que en este ejercicio de reflexión se deberían incluir otras fechas, por ejemplo, 1565: fue entonces cuando la Nueva España se convirtió en actor central de la primera globalización, al unir el Pacífico con el Atlántico. Este acontecimiento, protagonizado por el Galeón de Manila, tuvo repercusiones insospechadas: las plantas tropicales procedentes de Asia (coco, tamarindo, mangos, almendros, etc.,) cambiaron gran parte de las fachadas costeras, primero del Pacífico y luego del Caribe-Golfo de México. En la gastronomía del Pacífico mexicano, desde Colima hasta Guerrero, pervive la influencia filipina, así como la cultura milenaria del cocotero que introdujeron los asiáticos que llegaron en el Galeón. Palapa, tuba, panga, paliacate, son palabras de uso corriente en dichas regiones, pero hemos olvidado que proceden de Asia. Los primeros mezcales producidos en México son producto de técnicas asiáticas de destilación, así como la técnica de tinción llamada ikat para la confección de nuestro típico rebozo de bolita. El traje de la china poblana, la inspiración de la talavera de Puebla en las antiguas cerámicas de los Ming, algunos maques michoacanos y muchos otros elementos proceden de los tiempos del Galeón de Manila. Por ello, 1565 es para mí el gran ausente de las conmemoraciones. Y lo mismo podría decir de las influencias africanas que llegaron a nuestro país a través del comercio de esclavos; no por nada se les ha considerado como “la tercera raíz”.
¿Cómo definir el concepto de nación mexicana en la actualidad?
Como un país cuya riqueza reside en su diversidad cultural. Un país donde caben “muchos Méxicos”. Un país donde cabe el cabrito y las tortillas de harina del norte; el pozole, los tamales y las tortillas de maíz del centro-occidente; el arroz cocido, la morisqueta y los plátanos machos de la costa; el mole y la cochinita del sur. La otrora visión hegemónica desde el centro sobre una única nación mexicana ya no se sostiene. Decía don Luis González y González que no es posible hacer la historia de México sin sus regiones, lo cual suscribo totalmente. Yo definiría a la nación mexicana como una sociedad mayoritariamente mestiza, diversa, producto de la cultura mesoamericana y española, pero con notables influencias asiáticas y africanas. Y al mismo tiempo, una nación donde los grupos indígenas han luchado por preservar sus raíces lingüísticas y culturales frente a las presiones políticas y económicas a lo largo de 500 años.
¿Cuál es el papel del historiador en las conmemoraciones?
El historiador debe, por un lado, invitar al público a un ejercicio de reflexión nacional sobre nuestro pasado y, al mismo tiempo, mantener una postura crítica frente a las conmemoraciones. Informar a un público más amplio sobre los debates historiográficos recientes, pues estos muchas veces circulan de manera restringida entre un público académico. Debe insistir en que la historia no es una disciplina de blancos y negros, sino de matices. Debe insistir en que la “historia de bronce”, de héroes y villanos, debe quedar atrás para dar paso a una historia de gente de carne y hueso, que con todas sus posibles contradicciones ayudaron a forjar y consolidar una nación de la que hoy somos parte.